Todo autorretrato es la ficción de un reflejo en el que alguien (normalmente el autor) se mira en un espejo y contempla una imagen especular de sí mismo y del espacio que lo circunda.
En el invierno de 2018 recibí un email de José Mª Calvo-Sotelo, al que conozco desde nuestra etapa escolar en el colegio Estudio. Me quería encargar un cuadro, un retrato, en el que proponía aparecer asomándose a un espejo en una especie de ejercicio de auto-contemplación matinal. Dejando aparte el hecho de que la propuesta resultaba poco común como encargo, me interesó la idea ambigua subyacente del autorretrato por delegación. En todo retrato se produce una confrontación inevitable entre la auto-imagen del retratado (su auto-retrato mental) y lo que ve el autor. La propuesta de José Mª llevaba este conflicto al extremo. El reto me pareció atractivo y lo acepté
José Mª proponía posar muy informalmente y a mí me pareció perfecto porque la bata de seda egipcia ofrecía efectos muy interesantes y las rayas vendrían muy bien para componer con las líneas verticales del radiador; sin embargo, me resistí a su propuesta de prescindir de las gafas por parecerme una parte indisociable de su personaje e insistí en mantenerlas, a lo cual él accedió. El libro de Dino Buzzati Il deserto dei Tartari y la camisa azul en substitución del pijama burdeos se incorporaron más adelante. Las razones de la inclusión del libro pertenecen a la intimidad del retratado; la camisa vino simplemente a introducir un elemento de luminosidad y contraste cromático que me parecieron necesarios.
Para la escenografía estudiamos las distintas ubicaciones disponibles y finalmente opté por su espacioso piso madrileño que resultaba ideal para la logística. La vivienda disponía de un amplio baño principal con buena iluminación natural y un gran espejo tras el cual, pared con pared, había una habitación con la misma iluminación y parecidas proporciones espaciales. Decidí entonces utilizar el espejo para representar la escena desde el mismo punto de vista del personaje, e hice posar a José Mª en la habitación contigua, como si lo estuviera contemplando a través de un espejo sin azogue. La imagen final resultaba coherente con lo que él mismo vería en el espejo al contemplarse, aunque no fuera especular en sentido estricto. José Mª es zurdo y en el cuadro sujeta el libro con la mano izquierda.
Una vez terminado el trabajo, el cuadro le fue entregado y buscamos juntos un lugar donde colocarlo en la casa. Tras descartar varios emplazamientos convencionales en las zonas consideradas habitualmente como más nobles, terminó, sin haberlo previsto ninguno de los dos con anterioridad, frente al espejo, en el mismo lugar donde la escena fue imaginada. Esto proporcionaba a José Mª la posibilidad de contemplar, a un mismo tiempo, una imagen especular del cuadro y de sí mismo, algo que solo a él le será posible experimentar.